«Atl-Tlachinolli»: un símbolo del Cenit solar.

Antes de abordar el simbolismo dual de este abstracto concepto anahuaca conocido como el Atl-Tlachinolli, el cual escapó de las mentes obtusas y poco observadoras de los astros que poseían los dogmatizados invasores europeos del Siglo XVI, conviene principiar haciendo ciertos recordatorios a nuestros estimados lectores; en pasadas publicaciones, hemos compartido que esta «palabra-metáfora» Atl-Tlachinolli, se trató de un difrasismo recurrente en la forma de pensamiento de Anahuac y que por definición literal podemos aseverar que significa «Agua y Tierra Quemada» (Alt-agua, Tlachinolli: Tlalli-tierra, Ichinoa-quemar). Por otro lado, hemos rebatido con éxito y con argumentos sólidos, la mentira colonialista que intenta arrastrar el significado de Atl-Tlachinolli hacia los estándares y preceptos religiosos occidentales, combatiendo los empeños eurocentristas que tratan de identificar esta conceptualización iconográfica del Atl-Tlachinolli con la teoría de la «Guerra Sagrada», de la cual supuestamente fueron los mexicas-aztecas, los encargados proféticos de mantenerla avivada para alimentar a sus “dioses sedientos de sangre humana”. Estas aclaraciones no deben dejarse de lado si se pretende comprender realmente este símbolo, pues el Atl-Tlachinolli de los antiguos mexicanos, habla de las «Fuerzas Naturales» y desde luego, no está haciendo necesariamente alusión a ninguna catástrofe (inundación, incendio), ni mucho menos se trata de la supuesta apología belicosa de los Señores de Tenochtitlan. Empecemos el estudio de este signo, sin prejuicios colonialistas y sin «telarañas mentales», pues la única premisa real es que el Anahuac desarrolló sus símbolos para elevar a un nivel mayor de cognición, todos los Conceptos Matemáticos y Astronómicos que atesoraba y que fueron sacralizados en la Cosmogonía azteca que perseguía dar una explicación física y metafísica del funcionamiento del Cosmos.

Es el eurocentrismo enquistado a partir de la Colonia, el que clama con cerrazón que los Símbolos Sagrados anahuacas fungían como escaparate ideológico para plasmar en el amate o la piedra, las supuestas tradiciones beligerantes e inmoladoras de hombres de los pueblos mesoamericanos, surgidas del fanatismo idolatra que aseguraban “dominaba las mentes de los indios». No obstante, no solamente los mexicanos bien informados de la actualidad nos hemos dado cuenta de que los únicos «delirantes y fanáticos» en el Siglo XVI, justamente, fueron los cronistas e invasores hispanos, pues también son conscientes de esa realidad algunos destacados investigadores europeos (que también los hay honestos), quienes han aceptado que Occidente nunca estuvo, ni parece estarlo aun hoy día, capacitado espiritual e intelectualmente para poder interpretar la Alta Filosofía de Anahuac y para muestra de ello, citemos al célebre y eminente antropólogo Sir Eric Thompson, quien al respecto de esta cuestión alguna vez declaro lo siguiente:

“… esperar que una persona de la cultura occidental, se compenetre satisfactoriamente en el aura mística y emocional de la filosofía de Anahuac acerca de la concepción del Tiempo, es acaso tan irracional como esperar que de la pluma de un acérrimo ateo de nuestra época surja un estudio equilibrado, ecuánime y comprensivo del éxtasis de san Francisco de Asis”

Sin embargo, sabemos que cuando un misterio del pasado parece rebasar toda lógica contemporánea (como es el caso del significado simbólico del Atl-Tlachinolli), a la mente indagadora de la verdad solo le queda un recurso viable: el apoyarse en lo irrefutable, en lo que no tiene cabida a equívocos. Mas se sabe, que esa base firme y sin sesgos, no es, ni serán nunca las elucubraciones propagandísticas que hayan escrito hombres dogmatizados e ignorantes hasta de su propia naturaleza; esa balsa que evita que el intelecto y la intuición naufraguen es el Conocimiento Científico, es decir, «el único saber que vale la pena dejar tallado en la piedra», pues lo hecho en piedra trasciende las Eras y permanece inmutable, y en lo que respecta a nuestro estudio nos referimos específicamente a los invaluables «libros-monumentos» (Esculturas) y «ciudades-monumentos» (Templos) que los anahuacas nos dejaron como su legado final. Una vez adentrados en el estudio de los vestigios arqueológicos, veremos indefectiblemente si es que realmente tenemos los ojos y la percepción abiertos, que en las mayores creaciones arquitectónicas que quedaron en pie desde la antigua Anahuac, todas y cada una de ellas obedecen a un diseño superior, a un propósito elevado y eso, solo es explicable si se acepta que fueron concebidas por mentes maestras conectadas por entero con la Creación Universal y la realidad del mundo; es la moderna ciencia de la Arqueoastronomia quien nos ha demostrado que los más sagrados Templos de Mesoamérica (desde la selva maya hasta el Altiplano central), están alineados perfectamente hacia alguna orientación geográfica en específico, pues su concepción fue la de servir a la eternidad de Marcadores siderales del paso de alguna estrella o un astro prominente (como el Sol o el planeta Venus).

Día con día, los investigadores del México Antiguo, atestiguan con asombro que en cada trazo de los relieves que componen los murales tallados en piedra o en las grecas y figuras que dan forma a las líneas de los Códices, perviven, intrincados y complejos diseños que no parecen hacer otra cosa que “graficar” y cristalizar los instantes del curso ondulante de la Energías naturales y humanas; en otras palabras, si nos atenemos con auténtico espíritu científico a estudiar todos los mensajes que denota la Sagrada Arquitectura e Iconografía de Anahuac, llegaremos a la siguiente conclusión unánime:

… los antiguos mexicanos NO ERAN un pueblo obsesionado con la guerra, sino mas bien eran un Pueblo culto y ávido de desentrañar los secretos del Universo, a tal grado que podemos afirmar con toda seguridad y razón fundada, que si alguna obsesión o fijación tuvieron las Civilizaciones mesoamericanas, esa fascinación fue sin lugar a dudas LA ASTRONOMÍA y el tratar de comprender la relación existente entre el cielo y la tierra, la de los astros y sus influencias sobre la vida humana.

Por tanto, en lo que respecta al excepcional concepto de Atl-Tlachinolli, no darle su lugar como Símbolo Celeste por derecho de origen y tacharlo de ser un supuesto emblema tribal que evoca la «Guerra Sagrada», solo puede ser aceptado dentro de círculos ignorantes y oscurantistas, que carecen del sentido científico y trascendental de las cosas.

Pobre de mente es aquel que no entiende que Toda creación lleva intrínseca la marca de su creador. Una vez convencidos en base a la observación de sus vestigios, de que el Anahuac fue una civilización cosmocratica (donde los ciclos de los astros regían la vida social, científica y religiosa), es preciso entonces, responder a esta crucial pregunta: ¿qué tipo de símbolos podríamos esperar como parte de la iconografía sagrada de un pueblo de sabios astrónomos?… pues eso mismo, ¡Símbolos y signos pertenecientes a la ciencia celeste! Partamos de esta simple obviedad, un pueblo de astrónomos NO PUEDE tener por iconografía sagrada propia, otra cosa que no sea una colección de SÍMBOLOS ASTRONÓMICOS. Desde luego, el Atl-Tlachinolli no es la excepción a esta regla, es en efecto un Símbolo Dualista que hace referencia al curso de las Energías siderales, pues lo mismo nos marca los tiempos del paso del Sol por el cielo, como los de los ciclos naturales en la tierra, concatenados en un mismo espacio y no vistos como procesos aislados entre sí, sino en conjunción.

Llegado a este punto del texto, es el momento propicio de apuntar el significado simbólico del Atl-Tlachinolli, que el solo estudio objetivo del mismo nos ha revelado. Un significado que increíblemente ha pasado desapercibido por generaciones enteras de investigadores, arqueólogos y académicos que ponen muy abajo la mirada intentado demostrar los «cuentos para niños» de los cronistas y no saben buscar más alto, en la «jícara celeste»:

El Atl-Tlachinolli es el Símbolo astronómico del Paso por el Cenit del Sol y esto es representado por la armonización de una Dualidad natural, una banda de Agua y otra de Tierra Quemada, que no es otra cosa que la intersección tiempo-espacio del Xolpanco (estación de lluvias) con el Tonalco (estación de sequía).

El sustento a esta afirmación está plasmada sin menoscabo y por entero, en una reliquia prehispánica conocida ordinariamente como la “Teocalli de la guerra sagrada”. Pues bien, para comprender el significado simbólico del difrasismo “Agua y Tierra Quemada” hagamos la inspección paleográfica de este objeto antiguo, el cual es un verdadero tesoro mexicano proveniente de la época anterior a la Invasión al Anahuac y que se ha vuelto fundamental en nuestro estudio, pues justamente, esta maravilla en roca contiene en su composición artística como figura central y predominante al glifo del Atl-Tlachinolli. Comencemos:

Cabe destacar que esta exquisita obra pétrea mexica, recibe de la Academia oficial (eurocentrista) el nombre de “Teocalli de la guerra sagrada”, sin embargo, en adelante ya no usaremos este nombre claramente tendencioso y arbitrario, para referirnos a esta venerable obra usaremos el nombre de “Piedra de la Fundación”, una segunda nominación también aceptada en el mundo de la Arqueología moderna y que sin duda es un nombre más sobrio, certero y que hace justicia al verdadero propósito con el que fue concebida esta pieza invaluable por sus creadores anahuacas. A simple vista, esta escultura asemejaría a un trono para los ojos acostumbrados al arte occidental, sin embargo es una mera ilusión óptica, pues debe ser visualizada la pieza entera como la maqueta a escala de un Templo Ceremonial (Teocalli). Por unanimidad, se acepta que esta “Piedra de la Fundación” se trata de una Obra Conmemorativa que el “Huey Tlahtoani” Motecuhzoma Xocoyotzin mando a esculpir con motivo de glorificar e inmortalizar la mítica Fundación de México-Tenochtitlan del año 1325. Entre los principales rasgos que encontramos en los finos relieves de esta “teocalli miniatura”, podemos apreciar que en su parte trasera, esta tallado el emblema ancestral mexica que sirvió de inspiración para nuestro escudo nacional actual, es decir, la venerable imagen “del águila posada sobre un nopal”; no obstante, pese a la mitificación y manipulación ideológica de la cual ha sido objeto este emblema muy sagrado y antiguo, mirándolo de modo objetivo y como una primera lectura superficial, se advierte en su relieve la presencia de un crecido nopal al que le han brotado numerosas tunas, y sobre el cual está parada una imponente águila real que parece sostener o expulsar desde su pico al símbolo del Atl-Tlachinolli, mismo que es fácilmente identificable porque muestra una “corriente de agua, entrelazada con una banda de tierra que está incendiándose”.

Es de dominio popular, la leyenda folclórica que narra la historia acerca de la visión del “águila parada sobre un nopal” como la “señal divina” que el Señor celestial Huitzilopochtli había dado a su pueblo peregrino mexicah, para que reconocieran el lugar donde habrían de levantar su nueva ciudad sagrada (Mexico-Tenochtitlan) luego de su lejana salida de la mítica Aztlan: no obstante, aunque la tradición oral ha añadido aspectos fantásticos a este hecho histórico convertido en leyenda, en resumen, la imagen del “águila y el nopal” no resulta ser del todo una ficción (aunque tampoco puede ser tomada en el sentido literal), pues como hemos citado al inicio de este ensayo, los mexicah por encima de cualquier otro atributo suyo que bien les describa, eran primordialmente un pueblo de astrónomos y sabios observadores de la Naturaleza, por tanto, la susodicha “señal divina” que buscaban afanosamente como la indicación del final de su recorrido, misma que les indicaría el lugar sagrado destinado a servir de suelo a su nuevo hogar, no era realmente un “ave aterrizando sobre una cactácea”, dicha frase debe ser tomada como una metáfora de la verdadera señal que buscaban, la cual obviamente era una señal astronómica en los cielos que les dijera donde estaba «esa tierra prometida» y es precisamente la misma tradición oral y la tesis de los investigadores quienes nos dicen que México-Tenochtitlan se fundo precisamente durante un evento astronómico, un eclipse de sol (Tonacualo) o bien en un Paso Cenital (Tonalnepantla). Todo esta relacionado y encaja en su lugar como en un puzzle.

Para desencriptar el mensaje oculto detrás de este ideograma sagrado tallado en la parte trasera de la «Piedra de la Fundación», es importante saber que dentro de la escritura pictográfica mexicah, al astro Sol («Tonatiuh») se le representaba simbólicamente con la forma de un águila («Cuauhtli») y a su vez, a la ciudad de México-Tenochtitlan se le simbolizaba con un “nopal provisto de tunas” (representando el Estado tenochca y sus habitantes), en consecuencia, la lectura correcta a dicha imagen-escritura del “águila posada sobre el nopal” es la del momento astronómico en que “el Sol está posicionado en sobre el cielo de la gran ciudad de Tenochtitlan alzada a mitad de las aguas”, no obstante, la certeza de “cuál es ese momento del Sol” o a que “día del año” en específico se está refiriendo la imagen (pues naturalmente todos los días el sol pasa por el cielo) nos la da justamente la presencia del glifo del Atl-Tlachinolli, mismo que fue cincelado intencionalmente frente del pico del ave (Sol), como signo indicativo de una “particularidad” del movimiento del Sol. La clave radica en retomar el significado literal de Atl-Tlachinolli, el cual como ya sabemos es “Agua y Tierra Quemada”, sin embargo, ateniéndonos a la forma icono puro, vemos que la “franja de tierra” que lo compone, no se trata de la idea de una porción de terreno cualquiera, sino de una sementera o campo de cultivo, ésto puede comprobarse por los signos en forma de “U” y los puntos pequeños distribuidos ordenadamente a lo largo de esta segunda franja telúrica del símbolo, lo cual, asegura que se trata de un terreno de siembra y no un baldío, pues estos elementos en «U» se encuentran comúnmente en otros cuadros pictóricos toponímicos donde se indica la existencia de tierra floja (sementera). Con lo anterior, podemos afirmar lícitamente que la segunda banda que compone al Atl-Tlachinolli representa en realidad «tierra cultivable en llamas», y aunque a más de un eurocentrista le suene esto como la “prueba de la destrucción de las cosechas”, en realidad, no existía la costumbre en Anahuac de quemar cultivos o huertos del enemigo y si en cambio, esta «Tierra Quemada» está haciendo clara alusión al proceso agrícola de rastrojar la tierra (rozar y quemar la hierba antes de sembrar) para fertilizar de nueva cuenta los suelos con las cenizas de la vegetación incinerada, una técnica ancestral que se practicó de común entre los pueblos agricultores de Anahuac. Sobra decir que por sí misma, la idea de “campos de cultivos en llamas”, también evoca metafóricamente el momento de calor más extremo del tiempo de la sequía, algo que en la latitud de Tenochtitlan (19° norte) sucede en el mes de mayo, precisamente en el mes del Primer Paso Cenital del Sol en dicha zona.

Finalmente, sabiendo ahora que la banda de “Tierra Quemada” del Atl-Tlachinoli, simboliza el proceso agrícola de quemar los suelos como parte de la preparación fertilizante de los campos de cultivo en el punto máximo de la época de calor (primavera), no queda más que tomar la otra banda complementaria del signo, la de “la corriente Agua” y dejar que la intuición trabaje, pues al interpretar ambas bandas en conjunto se vuelve evidente y totalmente lógico, que la unión de una “banda de agua y otra de campos incinerados” no puede significar otra cosa (en términos naturales) que la intersección de la Estación de Lluvias (“Xolpanco”) con la Estación de Secas (“Tonalco”) y que para el caso del Valle central de Anahuac es un fenómeno que sucede a mitad de mayo. Lo anterior, es verificable tanto por la vertiente científica como por la de la tradición oral, pues a partir de la segunda quincena de mayo, estadísticamente en el centro de México suceden las primeras lluvias importantes del año y es justamente a mitad de mayo cuando es celebrado desde tiempos coloniales la Fiesta religiosa sincrética a San Isidro Labrador (patrono católico de las lluvias), fiesta actual que tiene su referente en la antigua fiesta azteca en honor a Tlaloc que en las mismas fechas de mayo, consistía en subir la Cruz del Nahui Ollin (hoy Santa Cruz) a la cima de las montañas y cumbres elevadas para dar la bienvenida al retorno de las lluvias.

Por lo arriba descrito, podemos afirmar que la composición del relieve pétreo con Atl-Tlachinolli dibujado en el pico del águila, nos lleva a la conclusión irrefutable de que el ideograma sagrado de la “Piedra de la Fundación” está hablando en su conjunto del Paso Cenital del Sol sobre la gran Tenochtitlan, del sol de mitad del año que es la bisagra del cambio estacional, de la terminación de la época de secas y del inicio de la época de lluvias. Ese es el verdadero mensaje que esta obra ancestral nos comunica, por tanto, es el Atl-Tlachinolli un signo-marcador que hace referencia al CLÍMAX SOLAR, es decir, del momento de mayor radiación celeste, que en la ubicación donde levantaron su capital los mexicah sucede dos veces al año, específicamente el 16 de mayo y el 27 de julio, que son los días en que acontece el prodigio celeste del posicionamiento del Sol justo en el Cenit del cielo (Paso Cenital), un concepto astronómico que fue artísticamente plasmado en piedra por los antiguos mexicanos y que en sentido poético-metafísico dio origen al escudo sagrado “del Águila que se posa encima del Nopal”.

Con todo lo expresado hasta este punto, queda de manifiesto, el sublime pensamiento filosófico-científico que caracterizó al antiguo Anahuac y a su emblemática Civilización Azteca, una ideología cósmica y naturalista que permaneció inaccesible, invisible e incomprensible para los ojos de los frailes dogmatizados y los ordinarios invasores europeos ávidos de oro e indiferentes al verdadero «oro», el Conocimiento trascendental. Es un hecho que los frailes destructores de Códices no fueron capaces de entender el significado profundo del Atl-Tlachinolli, pues simplemente se limitaron a vulgarizar su mensaje real para ajustarlo a su discurso «catequizador». Al ver ahí dibujado en los monumentos mexica “una franja de agua enredada con una franja de fuego”, los colonialistas no tuvieron mas agudeza mental que la de suponer, que ese símbolo extraño era la evocación tribal de la “guerra y la catástrofe” a la cual debian profesar culto los “salvajes” anahuacas. Así permaneció ignorado hasta nuestros días el significado venerable del símbolo Atl-Tlachinolli, el símbolo del Cenit Solar, distorsionado y sin concederle la ética valoración de ser considerado en los libros de historia oficial, como un icono capaz de expresar un concepto mucho más elevado y bello que el de la fútil mentira de la “Guerra sagrada”.

Por ahora, confiamos haber cumplido con la misión de explicar la finalidad y propósito del Atl-Tlachinolli en el emblema mexica del «águila y el nopal», mismo que dio vida a nuestro escudo nacional mexicano. En una próxima publicación, abordaremos la lectura e interpretación de los relieves restantes de esta reliquia bajo estudio, es decir, del frente y los costados de esta magnifica «Piedra de la Fundación» y usando la misma lógica elemental, comprobaremos como dichas imágenes en la piedra nos hablan del funcionamiento y cosmovisión del Calendario ritual y astronómico (Xiuhpohualli/Tonalpohualli) que prevaleció en la gran capital de Tenochtitlan y las ciudades satélites de la Triple Alianza.

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“A la gloria de esa antigua sociedad de grandes poetas, matemáticos, filósofos y guerreros que añoraban una vida entre Flores y Cantos y una muerte al filo de la obsidiana”

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